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El folklore se basa en parámetros que pueden resultar aparentemente antagónicos, como el hecho de que siempre sea antiguo y contemporáneo o porque sus esquemas se basan en la transmisión de patrones fijos, pero siempre variables. En realidad, no existen incongruencias. Otros tipos de música  funcionan con directrices similares. Por ejemplo, en el jazz, se improvisa sobre escalas concretas o se parte de los standards.

Los patrones básicos del folklore se establecen en conceptos que varían según quien los interprete y/o estudie. En el flamenco los llaman ‘Palos’ y cada uno (seguiriya, taranto, alegría, etc.) es un patrón sobre el que se permite -y se exige- un cierto grado de variabilidad interpretativa.

En Canarias no tienen un nombre muy claro, aunque acaso el más extendido sea el de Aires. Así, un aire de malagueña tiene un patrón bien diferenciado de un aire de seguidillas o uno de isa. Se llame como se llame, lo cierto es que en las últimas décadas, muchos aires tradicionales se convirtieron en canciones en virtud de su popularidad por alguna versión concreta. Es el caso de los ‘Aries de Lima’ de La Palma, cuyas letras, siempre variables, se quedaron enquistadas en las que ideara Domingo Garufa. Sucedió lo mismo con ‘Isa del Uno’ de Lanzarote, después de la versión de José María Gil. Por contra, se transforman impunemente letras de gran antigüedad como los zorondongos, cuyos textos -casi invariables- se conservaban desde el siglo XVI.

En el folklore canario nos movemos en ocasiones entre posturas que defienden una pureza que no tiene en cuenta la variabilidad, o una innovación que tampoco respeta patrones que no deberían desvirtuarse tan ligeramente.

Conocer adecuadamente los aires que interpretamos nos dará claves para comprender mejor los límites de su razonable variabilidad, en la letra y/o en sus componentes musicales.