Sinfonía del FIMC, I Movimiento: Quien canta su mal espanta

Sinfonía del FIMC, II Movimiento: Love is real, real is love

Sinfonía del FIMC, III Movimiento: Vivaldi, Brahms, Bartok y Svensson en la misma fiesta

Sinfonía del FIMC

En el transcurso de ocho días, pude asistir a cuatro conciertos que supusieron un permanente viaje en el tiempo y geográfico de una riqueza inmensurable. Los asistentes pudieron desplazarse al siglo XVII y XVIII con Purcell, Händel y Vivaldi, al romanticismo del XIX con Brahms y Liszt, al ‘ruido eterno’, metáfora utilizada por el reconocido crítico estadounidense Alex Ross para referirse a la música despreciada del siglo XX como si fuese un agujero negro, con compositores como Schönberg, Bartok, Ives y nuestro querido Juan Hidalgo (recientemente galardonado con el Premio Nacional de las Artes Plásticas), o a las vanguardias de nuestro tiempo presente y pretérito a la vez, del siglo XXI, con compositores como Svensson, Posadas, Martín, Eizirik y Poppe, quienes, aunque no representen a toda la modernidad, sí representan parte de ella, a pesar de que algunos los menoscaben con el término poco poético de ‘paleovanguardia’.

Quantum Ensemble fue la primera parada de esta travesía en ese enclave cultural histórico que es el Teatro Pérez Galdós. Una formación que congrega a varios de los intérpretes, oriundos de Canarias, de mayor nivel y proyección internacional que podemos reconocer en los últimos tiempos. El programa daba comienzo con unas didácticas y cercanas palabras sobre la música que íbamos a degustar por parte del violinista David Ballesteros. Ya esta acción hermenéutica nos adelantó que nos sumergiríamos en otra manera de concebir la puesta en escena, de contacto afable entre el intérprete y el público. Una cuestión que a mí siempre me provoca una deliciosa sensación de bienestar. Quizás porque desacraliza y rompe esa distancia absurda entre los asistentes a un lado y al otro de lo que entiendo como un diálogo de ida y vuelta entre actores con diferentes roles, dentro de su nivel de actividad o pasividad física particular. Aunque la primera obra de Liszt resultaba un tanto superficial y no presentaba toda la capacidad retórica del maestro austro-húngaro, sirvió para anunciarnos la enorme calidad interpretativa de los componentes delensemble. Esta cuestión quedó ampliamente confirmada en los ‘contrastes’ de Bela Bartok y el cuarteto opus 25 de Johannes Brahms, que, siendo esta última una obra de juventud, ya mostraba una finísima técnica de escritura y un proceso de desarrollo temático solo equiparable al maestro de Bonn. La precisión del violín de Ballesteros, así como su facilidad para conectar con las entrañas del mensaje extramusical inherente en cada texto, resultaban inspiradores. La conectividad del grupo entre sus elementos era la de un reloj suizo, no solo en sus articulaciones, sino en las direcciones que en todo momento iban desvelando. La mente privilegiada de Gustavo Díaz se evidenciaba sobre el teclado en cada tramo de sus cadencias y acompañamientos, asumiendo de manera delicada las funciones que le correspondiese. Pero, además, nos encontramos con el excepcional control del clarinetista Cristo Barrios, la brillante musicalidad del cellista Ángel Luis Quintana y la energía arrolladora de Cecilia Bercovich. En definitiva, un paseo entre nubes donde los zíngaros bailaban mientras Clara Schumann nos observaba con maternal mirada.

Al día siguiente, regresamos al futuro y asistimos al modernista Gabinete Literario con un mosaico de cachivaches y juguetes sonoros desplegados en su salón dorado que lo hacían, si cabe, más exótico. La sincronía del grupo Mosaik era extraterrenal, de hecho la técnica marciana de su director, Enno Poppe, robótica por momentos y performántica en otros, hacía más increíble esta inusual precisión entre sus componentes, tratándose de música moderna bajo unos principios de descomposición en los parámetros académicos del ritmo, armonía, melodía y forma. El concierto fue un derroche de sonoridades preciosistas para las que había que tener bien dispuestos todos los sentidos y abandonar los prejuicios estéticos. Solo entonces, uno podía adentrarse en ese país de las maravillas. De esta manera, aceptando las formas de desestructuración compositiva de las obras propuestas y su eclecticismo, a partir de las últimas técnicas conocidas desde inicios del siglo XX, uno podía aceptar, comprender y no desentonar, pues si la tonalidad brillaba por su ausencia, las nubes sonoras, las tímbricas electrizantes y los efectos hipnóticos fueron la nota dominante sin que necesitasen de una sola tónica.

Cada concierto supuso la entrada a un barroco imaginario. Todavía digería la música del día anterior con Mosaik, cuando ya me encontraba sentado, una vez más, en el Gran Teatro para disfrutar de un nuevo concierto. Esta vez fue el mismo Julio Verne, el creador de los viajes más insólitos, quien me llevó de la mano al siglo XVII y XVIII con la Academy of Ancient Music liderada magistralmente por el violinista Pavlo Beznosiuk. Y allí estaba, a mi lado, hablándome de su obra perdida, Paris en el siglo XX, relatándome su fantasía sobre lo que sería la ciudad del amor un tiempo más tarde, mientras escuchábamos La reina de las hadas –The Fairy Queen– de Henrry Purcell con la voz aterciopelada y enamorada de Rowan Pierce. La frecuencia de 415 hertzios del La3 bajo, la que temperaban todos sus instrumentos la Academia, generaba un relax auditivo que solo los mejores balnearios con hidroterapia podrían conseguir. La calidad de sus versiones historicistas era especialmente delicada y críticas con las proporciones instrumentales que cada uno de los movimientos necesitaba. El público supo agradecer la entrega y la complicidad con ellos, con una insistente ovación bien emotiva que los maestros supieron agradecer con varias propinas.

El último evento de esta tetraktis sonora lo presencié en el homenaje que el Gobierno de Canarias decidió ofrecer al coterráneo Juan Hidalgo, donde se pudo escuchar La pregunta sin respuesta anteriormente citada de Ives o Tal vez/Perhaps del artista canario. Un programa que a los más conservadores llevó a la crispación, a los oídos menos adiestrados sobre nuevas músicas los dejó desconcertados y al resto nos conmovió. Especialmente Erwartung del desestabilizador de la tonalidad, Arnold Schönberg. En ella, en términos freudianos, el compositor mata al padre representado en la idea jerárquica de los sonidos. La subordinación de unos sonidos sobre otros en regiones de inevitable atracción hacia la tónica se desploma en este opus del creador del dodecafonismo. No es de extrañar que la poca costumbre en la programación de músicas del siglo XX y XXI genere una incomodidad tal, que cierto sector asistente decidiese mostrar su desacuerdo estético y su desagrado por la programación de estas obras. Esta cuestión también se percibía con las dos obras de estilo aleatorio que conformaban la primera parte de la velada, espacios sonoros que bien nos podían adentrar en nuestro universo onírico o en el de sus creadores, a poco que levantásemos la censura como oyentes. El maestro Tamayo supo dar una lectura detallista a las diferentes propuestas, si bien es cierto que la escritura contrapuntística de estructura cíclica en Perhaps, quizás necesitaba de una mayor pulcritud en la ejecución. La voz de la soprano Carole Sydney Louis consiguió desgarrarnos e introducirnos en ese surrealismo de lo que parece ser, posiblemente sea o finalmente ha sido uno de esos sueños pertinentes para una sesión de psicoanálisis.

Coda

No tuve la oportunidad de asistir al concierto de clausura del festival con las Lamentaciones y su Réquiem, pero deseo que por fin se haya llegado al fin de una época y el réquiem de Mozart sea su música elegíaca, para que conociendo y reconociendo nuestros errores y aciertos podamos evolucionar hacia una nueva fiesta de la música decididamente inclusiva. Que las palabras ‘Requiem aeternam dona eis, Domine’ solo sean el preludio de una metamorfosis hacia algo mejor y sirvan para amainar todas las tempestades sembradas, en favor del debate conciliador y proactivo. Ya nada será como antes, pues nutriéndose de lo vivido, se generará una nueva vida cultural en Canarias que ya ha dado a luz sus primeros rayos.  Et lux perpetua luceat eis.