Lo que le faltaba a este libreto de opereta que barrunta final con Da Capo.

La primera pregunta, de fácil respuesta, es si el jurado pudo ejercer su trabajo sin ninguna ‘influencia’. Esto sin entrar en la espinosa cuestión de que el tribunal debería haber sido formado por expertos en dirección de festivales, pero que estos declinaron ‘el honor’ forzando a componer un jurado con personas que incluso tenían, en algún caso, menos titulación y experiencia que los propios candidatos, según se quejan algunos de estos.

La segunda pregunta, de fácil respuesta, es si servía de algo admitir a tanto candidato que, a todas luces, no cumplían con los requisitos de las bases y dejando fuera, por el contrario, a alguna persona que sí los cumplía generosamente.

La tercera y última pregunta, también de fácil respuesta, es si hacía falta tanta pérdida de tiempo, tanto circo, tanto número, para que al final el gran jefe ponga a dedo en el cargo al del ‘Galimatías para encontrar al talibán‘.

Un libreto de opereta que el recién nombrado consejero de Turismo, Cultura y Deportes del Gobierno Autónomo, Isaac Castellano, se ha encontrado compuesto, arreglado y hasta con ensayo general incluido cuando todavía no había ni aceptado el cargo.

Sus intenciones son claras cuando afirma que «esta situación nos plantea un nuevo reto» o cuando reconoce su «talante dialogador para la búsqueda de soluciones» y su intención de «analizar todo y cuanto ha acontecido en el Festival de Música, no solo en la última edición, sino en todas las anteriores, y tener en cuenta aquellos aspectos que han funcionado y aquellos que no, para potenciar los primeros y mejorar los segundos».

Palabras lógicas y cabales del consejero que se demostrarían, por ejemplo, convocando de urgencia al Comité Asesor del Festival para analizar la situación y estudiar concienzudamente el informe de más de 300 páginas sobre el Festival de Música de Canarias. Ese documento que sigue sin aparecer por ningún lado mientras se filtran datos falsos sobre el mismo a la oposición para doblegar cargos y voluntades para que, a golpe de batuta, saltemos todos directamente al Da Capo.