José Bedia

UN MURMULLO, UN RONRONEO… 

CANTARES DE UN SUSURRO ARCANO

(oralidad y vínculo en -la obra reciente de- José Bedia)

 

Se logra lo mismo sacrificando un elefante que con un vaso de agua y una vela. El secreto o lo que los estudiosos llaman “el sacramento o lo sagrado”, -en verdad- está en el canto que se le ofrenda a esa vela y al agua del vaso.

Octavio Colé

Sacerdote Babalawo

45 años de Ifá

 En voz muy bajita, casi como susurrándonos, el artista cubano-americano José Bedia (La Habana, 1959) se empeña -desde hace años- en rescatar la oralidad, dejar sus huellas urdiendo un mapa a través de su quehacer visual, fundamentado en el lenguaje pictórico y el dibujístico, un mapa simbólico sobre la trasmisión de saberes oralmente; una constante que ha sido y es, desde siempre, una de las premisas utópicas y metodológicas de su trabajo. Bedia edifica su obra desde una operación de arqueología y restauración de sus estudios antropológicos sobre cómo sobreviven hoy día las “culturas primalistas”, en combinación, con cómo también sobreviven al avance civilizatorio del progreso social como maquinaria homogenizadora, las culturas populares. En ese sentido, el artista es un registrador, un anotador de marcas endémicas que tienden a desaparecer de los estratos que componen nuestras voraces culturas omnívoras. Estas culturas trasatlánticas atravesadas por la africanidad, la españolidad y lo aborigen, en una mezcolanza en perpetua mutación, en un movimiento infinito de autodefinición.

 

Quizás por esa urgencia de quien no sabe a cuánto estamos de la inevitable desaparición de estos fragmentos culturales que están siendo solapados, ocultados, silenciados, en su última producción Bedia se esfuerza por “ilustrarnos” -en el sentido de quien enseña, muestra u ofrece una iniciación gnóstica- cómo se mantienen entre nosotros esas transmisiones orales, como el ronroneo de ciertas nanas (canciones de cuna, muchas ya universales que han trascendido su localismo), boleros, danzones, habaneras, cantes de ida y vuelta, canciones susurradas, cantadas como murmullos al oído del iniciado, del recién nacido, del niño ingenuo que todavía el hombre es, pues Occidente se infantiliza cada día en su narcisismo tardío que aún resuenan entre nosotros.

En un universo de reclamos de egolatrías, Bedia se desliga y baja la velocidad de sus obras, las hace menos escandalosas, más íntimas, más directas, menos enigmáticas, como si primara en él una necesidad de “hacerse entender”, incluso haciéndose más descriptivo; apelando a una relación narrativa directa, ni siquiera cargada de su habitual sentido del humor, sino didácticamente análoga, clara… clarividente.

Puede que esta necesidad late en José Bedia porque está anclada en el conocimiento de que en esa relación de fe hay un vínculo, un nexo que debe salvarse, anotándolo, haciéndolo fabulación visual, cuaderno de anecdotario, crónica simbólica que indica una resistencia invicta aún. Una conexión hombre planta, planta animal, animal mujer, mujer luna, luna tierra, monte mar, mar tierra espíritu… y así. Una recíproca relación eco-sistémica donde “algo” de ese saber ancestral podría indicarnos las reglas del juego de nuestra supervivencia como especie, como sociedad presente que se proyecta hacia el futuro desde el pasado. Un vínculo que es transversal y atemporal, poseedor de un saber que traspasa el tiempo. Un diálogo que Bedia comprende como el don en lo dado, en el intercambio, en la voz de los otros, en su palabra y su musicalidad, su sinfonía mínima.

Aún cuando esa música suene detrás, de fondo, como un murmullo, un cántico divino silencioso, en voz baja, sólo para entendidos e iniciados, estudiosos sabedores de esas lenguas otrora misteriosas, enigmáticas y ocultas ante los saberes actuales, idiomática que conoce perfectamente porque sabe que si él pregunta… sus deidades responden. Como dejó plasmado en aquella obra germinal de título: Si yo te llamo tú me respondes (1985). Una graficación del sistema dialógico y vinculante que describe la relación del Iniciado y su Nganga.

A día de hoy, tal vez, todavía alguien de fe.

Omar-Pascual Castillo

Primavera de 2019.

Las Palmas de Gran Canaria, España